Este
período de crisis inacabada nos ha mostrado como la preocupación
por el bienestar de las personas no es un elemento principal en nuestras
sociedades. Hemos asistido, y seguimos asistiendo, a la utilización
de fondos públicos para "garantizar la estabilidad del sistema
financiero", ese mismo sistema que expulsa a las personas de sus
lugares de vida. En general, el discurso económico se ha convertido
en prioritario en nuestras sociedades: lo importante es la cotización
del IBEX 35 o la valoración de la prima de riesgo que son repetidas
como una especie de 'mantra' día tras día - e incluso
varias veces al día - por los medios de comunicación social.
Pero ese 'mantra' no se extiende a otras cifras económicas -
los niveles de desempleo, los contratos parciales de los trabajadores
jóvenes y adultos, las diversas situaciones de explotación
- o aquellas relacionadas, por ejemplo, con la educación: el
de abandono escolar, las tasas de analfabetismo funcional,las cifras
relativas al absentismo escolar en barrios degradados - principalmente
en las grandes ciudades, pero también en las zonas rurales acosadas
por la pobreza y el desempleo.
En
este contexto, recuperar la noción de Desarrollo Humano que lanzó
el Programa de la Naciones Unidas para el Desarrollo a principios de
los años noventa del siglo pasado nos parece una urgencia. Este
concepto ligaba el desarrollo a la educación, a la salud, a la
calidad del trabajo, a la integración social de los colectivos
desfavorecidos social y económicamente, etc.